Lalio, en el recuerdo.
El fallecimiento de Eulalio Ferrer nos ha sumido a muchos de nosotros en un profundo dolor, pese a que quienes manteníamos una relación estrecha con su persona nos temíamos que su delicado estado de salud no iba a poder soportar durante largo tiempo los achaques que su organismo últimamente venía sufríendo y de los cuales era muy consciente la mente lúcida de la que siempre hizo gala.
En el transcurso de las semanas anteriores su estado de ánimo había decaído intensamente debido a tales los achaques pero también a la imposibilidad manifiesta de valerse completamente por sí mismo, pese a todos los esfuerzos que él hacía por superar los inconvenientes surgidos y a la exquisita atención que sus familiares en todo momento le deparaban. Solamente la estancia en Acapulco, con el mirador privilegiado que frente a su abierta bahía disfrutaba, le mantenía entretenido, rememorando su otra bahía natal, la que echaba de menos la perspectiva ofrecida desde su casa santanderina situada en el paseo que precisamente ostenta el nombre del novelista Pérez Galdós, esquina a la calle Marianela.
Oyéndole hablar el día de su cumpleaños haciendo planes para el futuro inmediato, entre los cuales se encontraban la ineludible presencia estival santanderina, uno se hacía cuenta de los esfuerzos que en algunos momentos hacía para lograr sobreponerse a sus dolencias y poder cumplir con algunos compromisos morales que él mismo se imponía, como nuevas cotas a conquistar en esa última batalla por la vida y contra la muerte: el premio internacional Menéndez Pelayo, el certamen de poesía de la asociación que lleva su nombre, la boda de su «sobrina» Carmen Aguirre, eran atisbos de una esperanza que a menudo desfallecía pero que siempre volvía a salir a flote, como si viajara por la memoria de un añorado Santander siempre presente en su mente. Hasta tal punto, que algunos pensábamos si su deseo más recóndito no hubiera sido poder descansar para siempre en la ciudad que le vio nacer, como en un intento de cerrar el amplio círculo que a modo de periplo había constituido su propia existencia.
Eulalio Ferrer, hijo predilecto de Santander, con sus casi noventa años a cuestas, había recorrido mucho mundo, asistido a muchos acontecimientos y acumulado muchas vivencias, algunas de las cuales han sido trasladadas al papel como resultado de sus propias experiencias y ejercicio también de su excelente pluma; pero aún le quedaba mucho por vivir, por ver y por conocer. Sin embargo, en el combate desigual mantenido entre el cuerpo y la mente ha podido más el desgaste observado en el primero, quizás acrecentado por la reciente y prematura desaparición de Rafa, su inseparable compañera de toda una vida.
Con él bien podía haber sucedido lo mismo que con asombro observamos en las experiencias de León Felipe y Rafael Alberti, superadores con creces de la desaparición de sus compañeras Bertuca Gamboa y María Teresa León. Para ambos poetas, todo parecía indicar que una vez fallecidas sus respectiva esposas, la vida no iba a conceder más prórroga a quienes habían dependido de ellas para tantas cosas, aunque sin llegar al grado observado por Juan Ramón respecto a Zenobia Camprubí. Pero no fue así, los dos las sobrevivieron durante bastante tiempo.
El tiempo, la soledad y la pesadumbre han pasado una terrible factura a quien ya consideraba que estaba amortizado hace algunos años, viviendo con la prórroga con que el Destino había tenido a bien premiar una larga y fructífera existencia. Hemos llegado al final, sin dolorosas extensiones, y, por ello, tanto quienes le conocimos como quienes supieron de su amplia obra a trav> és de los medios de comunicación o por las propias dimensiones públicas de la misma, seguiremos manteniendo el recuerdo de una persona que, aun siendo irrepetible, nos ha legado unas pautas de comportamiento que pueden servir de ejemplo y también de modelo.
Fecha: 26/03/2009
Fuente: El Mundo (Edición Cantabria)
Autor: J. R. Saiz Viadero