Presentados los frescos de Luis Quintanilla Isasi.
Las obras, instaladas en el Paraninfo de la institución, se restaurarán en los próximos meses bajo el mecenazgo del Santander.
La Universidad de Cantabria ha presentado hoy los frescos del pintor santanderino Luis Quintanilla que ha recuperado en la ciudad de Nueva York tras décadas desaparecidos y que llegaron a Santander el pasado 15 de febrero. Se trata de cinco obras murales de gran valor histórico y artístico que la institución académica ha instalado en el Paraninfo de la calle Sevilla, donde se desarrollarán en los próximos meses, bajo el mecenazgo del Santander, los trabajos de restauración.
En la presentación de las obras “Pain” (“Dolor”), “Destruction” (“Destrucción”), “Flight” (“Huida”), “Hunger” (“Hambre”) y “Soldiers” (“Soldados”), el rector de la UC, Federico Gutiérrez-Solana, señaló la importancia de este “rescate cultural”, que “va a permanecer en el tiempo” y que “es un símbolo de la relación entre la Universidad, la cultura y la defensa de los derechos humanos”. Las pinturas, realizadas sobre placas de hormigón de grandes dimensiones, fueron encargadas al artista cántabro Luis Quintanilla (1893-1978) para decorar el pabellón español en la Exposición Universal de Nueva York del año 1939.
Según Federico Gutiérrez-Solana, las obras adquiridas tienen “una calidad artística indudable por su contenido y circunstancias, constituyendo un gran legado que refleja las consecuencias de la pérdida de los valores debido a las guerras”. “Todo ello está plasmado con una sensibilidad extrema”, dijo. El rector destacó que, “una vez restauradas, las obras formarán parte de los itinerarios culturales de Santander”. “Darles el valor que merecen es una muestra de madurez de nuestra sociedad”, añadió.
El rector agradeció la colaboración de la historiadora del Arte Esther López Sobrado -que puso a la UC en la pista de los frescos-, de la Fundación Bruno Alonso –depositaria de la colección del legado de Paul Quintanilla-, de la Obra Social de Caja Cantabria y del equipo de la Universidad que ha participado en la “operación de rescate”: el director del Área de Exposiciones, Javier Gómez, con el apoyo del Consejo de Dirección y de la Gerencia de la institución. También destacó la aportación del Santander y de su presidente, Emilio Botín, que son “partícipes de esta emocionante aventura de homenaje a la cultura española”. La «eficacia gestora» del equipo humano de la UC se vio reforzada, desde Nueva York, por el apoyo de Paul Quintanilla, del Consulado General de España y del Instituto de Comercio Exterior.
Protagonistas también del acto de hoy, Esther López Sobrado y Javier Gómez Martínez mostraron su satisfacción por la adquisición de los murales. “Es un día feliz para todos: para la Universidad de Cantabria y para la sociedad”, dijo el responsable del Área de Exposiciones, quien destacó el apoyo ofrecido por el Ministerio de Cultura a las gestiones de la UC. Con la adquisición –señaló Esther López Sobrado- “culmina un sueño de hace 17 años”, cuando las obras aparecieron en un cine neoyorquino tras décadas desaparecidas.
Desde aquel año 1990, la especialista ha tratado de obtener un respaldo institucional al proyecto, que la Universidad de Cantabria hizo suyo en 2005, cuando supo de la existencia de los cuadros con motivo de la exposición “Luis Quintanilla (1893-1978). Estampas y dibujos en el legado de Paul Quintanilla”. Esta muestra, promovida en colaboración con la Fundación Bruno Alonso y la Obra Social de Caja Cantabria, estuvo instalada en el Paraninfo Universitario del 26 de mayo al 16 de julio de 2005.
Esther López Sobrado, especialista en la obra y figura de Luis Quintanilla, se muestra convencida de que “éste es el lugar donde deben estar los frescos, el lugar que el propio autor consideraría el más adecuado”. “¿Hay mejor sitio que las paredes de una universidad para mostrar los horrores de la guerra?”, se preguntó la historiadora del Arte. La experta destacó además el valor de las obras de Luis Quintanilla como esfuerzo de recuperación del exilio español. Los murales “llegan mayores, cansados y heridos como muchos de los exiliados que volvieron”, dijo López Sobrado.
En todo caso, “no están tan mal como cabría esperar dados los muchos avatares por los que han pasado”, señaló Javier Gómez. Adquirir las obras, realizar las gestiones, traerlas desde Nueva York hasta Cantabria y restaurarlas supone un coste total de 140.000 euros. Está previsto que, una vez comience la restauración “in situ”, los trabajos no se prolonguen más de tres meses, de modo que los frescos podrán recuperar su aspecto original para mediados de septiembre de este año.
Los ‘otros guernicas’
La historia de los cinco murales data de una fecha clave en la historia de España: 1939, año en que se celebró la Exposición Universal de Nueva York. El gobierno español de la República encargó a un equipo de artistas la decoración del pabellón español en esta muestra y los artistas elegidos fueron el pintor Sunyer, el escultor Joan Rebull y el fresquista Luis Quintanilla, que se trasladó a la gran manzana. Se trata, pues, de un encargo análogo al que el mismo Gobierno había realizado a Picasso para la Exposición Internacional de París de 1937, el decir, el “Guernica”.
Posteriormente y para proteger su obra, el propio artista difundió la noticia de que los frescos habían desaparecido al destruirse cuando se inundó el almacén donde estaban guardados. Todos lo creyeron así hasta que en 1990 fueron descubiertos en los pasillos del cine de vanguardia ‘The Bleecker Street Cinema’, reconvertido después en sala ‘porno’. En ese momento comenzaron los intentos por recuperar esta obra de Quintanilla y devolverla a España. Sin embargo, el dueño del cine exigía una cantidad desorbitada por los frescos y las negociaciones se rompieron.
Se sabe que la prensa norteamericana del momento no llegó a comprender bien la obra. En 1939, la Guerra Civil española había finalizado y al parecer, y debido a estas trágicas circunstancias, los espectadores americanos esperaban un mayor patetismo en la obra de Quintanilla. Esperaban brutales escenas que mostraran claramente lo monstruosa que es una guerra y esto no es lo que se encontraba en una primera lectura de los frescos, a pesar de que el pintor había puesto énfasis en el patetismo que encierra toda guerra civil.
Los frescos del exilio
La fuerza de los frescos reside en su sentido poético. El artista no relata un hecho concreto, sino que denuncia el dolor, la destrucción y el horror que toda guerra produce, así como la desolación que deja tras de sí. Eso la he hecho una obra de plena vigencia, pasen los años que pasen. Las figuras que aparecen no protestan ni se quejan de la guerra, simplemente la sufren: son fantasmas vagando por una tierra destruida.
Aunque estos murales de Luis Quintanilla tienen puntos en común con sus dibujos de la guerra, hay sin embargo grandes diferencias. Los dibujos recogen objetivamente vivencias, instantáneas fieles que corresponden a un momento en que el artista tomaban apuntes de lo que iba viviendo y viendo en su paso por los diferentes escenarios bélicos. Sin embargo, con los frescos el artista pinta la guerra desde el exilio. Son obras gestadas fuera de su patria, hechas con todo el poso, todo el dolor que había almacenado e impregnado la retina del pintor santanderino.
Un personaje de leyenda
El 21 de junio de 1893 nacía, en el número 13 de la santanderina calle de Santa Lucía, Luis Quintanilla Isasi. Viene al mundo en el seno de una familia burguesa, que en 1903 se traslada a vivir a Madrid, en donde el joven comienza sus estudios de Bachillerato. Después su familia le traslada durante dos cursos a Deusto para preparar el ingreso en la carrera que en un principio había decidido cursar: Arquitectura.
Sin embargo, pronto comienza con su pasión, o mejor, compaginando sus dos grandes pasiones: pintar y viajar. Tras conocer al capitán de un barco decide enrolarse en la Marina. Apenas tenía 18 años cuando viaja a Brasil y de allí a París, donde conoce a una serie de artistas como Juan Gris. En Alemania vive el ambiente prebélico de la primera Guerra Mundial y, de primera mano, el expresionismo alemán. Sale de Alemania -no sin dificultades debido a la guerra-, llega a París nuevamente y desde allí regresa a España.
A su vuelta y mecido por una cierta inactividad, conoce a una serie de personajes claves en la vida santanderina de los que se hace asiduo y con quienes participa en tertulias: Gerardo Alvear, Miguel Artigas, José Valdor, Ortiz de la Torre. El ambiente de calma de Santander choca con el espíritu aventurero y bohemio de Quintanilla. Se marcha a Madrid, donde conoce a mucha gente, moviéndose en los círculos artísticos e intelectuales de la capital. Entabla gran amistad con Machado. Vuelve a París. La amistad más importante surgida en estos momentos es la que le une para siempre a Ernest Hemingway, a quien conoce en el mismo año (1921) en que llega a España el escritor norteamericano.
Tras una estancia en Italia y Francia, vuelve a España. Empieza a recibir encargos: los frescos del Consulado de Hendaya, dos frescos para el Pabellón de Gobierno de la Ciudad Universitaria, para el Museo de Arte Moderno de Madrid, en donde en 1934 inaugura una Exposición de Grabados de Estampas. En octubre es detenido en su estudio el Comité revolucionario que preparaba la huelga general, por lo cual es llevado a la Cárcel Modelo.
Durante los meses que está en prisión sigue pintando. De esta época data su importante colección de dibujos de la cárcel. Una vez en libertad, reanuda uno de sus trabajos: el monumento a Pablo Iglesias. Su actividad artística se compagina con su compromiso y actividad política, más enraizada aún a partir de la sublevación militar de 1936.
Durante la guerra sigue pintando. En 1938 el Museo MOMA de Nueva York acoge una exposición de sus dibujos titulada ama la paz, odia la guerra. El éxito de esta muestra hace que el gobierno de la República le elija como uno de los artistas para la Exposición Universal de Nueva York. Allí se traslada, se casa y nace su único hijo, Paul. Inicia una fructífera y polifacética actividad artística. Pinta, ilustra libros, modela cerámica e incluso comienza a escribir teatro.
Tras veinte años de exilio americano, se traslada a París. Aquí se dedica frenéticamente al encuentro de amigos exiliados en Europa y a escribir. Su salud se va deteriorando y hacia 1976 consigue uno de sus mayores anhelos: regresar a España. Dos años después muere en Madrid, rodeado de algunos amigos y familiares. No pudo contemplar una de las exposiciones que más ansiaba: la que escasos días después de su muerte se abría en el Museo de Arte de Santander.